domingo, 1 de marzo de 2015

“El recién graduado”

“El recién graduado”

Sobre la silla se encontraba la toga alquilada, apoyado a la cual lucía el birrete, de igual origen; así como la enorme medalla imitación de oro (porque ya pasaron los tiempos en que eran auténticas), es decir, nuestro amigo estaba a punto de recibir su título de Abogado. Esta tarde discutió con un motociclista, por lo cual se vio rodeado de una legión de sus congéneres que estuvieron a punto de lincharlo. En un apalabra, estaba alterado, y yo le diagnostiqué que tenía el “síndrome del recién graduado”.
Esa mañana se había sentido eufórico al leer un aviso de prensa que requería: “Se solicita Abogado”; pero el desaliento surgió con el texto inmediato: “con experiencia de más de cinco años”. Yo intenté consolarlo recordándole la frase de que “la experiencia es el nombre que le damos a nuestros errores”; pero sin efecto alguno.
Traté de imaginarme a mi desolado graduando enfrentándose al terminar el acto académico, con la conserje de su edificio, quien le plantearía un intrincado problema relativo a una letra de cambio y le diría “Doctor, estaba ansiosa de que se graduara para que le resuelva el problema a Eliodoro”. Comenzaría así la narración de una larga secuencia que concluiría bien en un embargo; o en una quiebra; o en una revocatoria de nacionalidad o, en un juicio de tránsito. La salida hábil  sería decir: “¡Búsquese un Abogado!”, sólo que el Abogado es él mismo. Quise advertirle que el compañero que hasta ayer estaba dispuesto a subir al Ávila; el que tenía los mismos temores de que lo aplazaran en Enjuiciamiento Criminal, fundaría su rechazo a acompañarnos diciendo: “No puedo. Tengo una contestación de demanda y debo preparar unos informes”.
Estamos llegando a la necesidad de reconocer, identificar y analizar “el síndrome del recién graduado, del cual nadie, absolutamente nadie que se encuentre en el umbral de una nueva tarea profesional, se salva. Para consuelo podría recordarse a Unamuno cuando dijo: “No hay nadie menos afortunado que el hombre a quien la adversidad olvida, pues no tiene la oportunidad de poner a prueba sus capacidades”. El que diga que no tuvo miedo ante la transición, es un mentiroso. El que afirme que tiene perfecta confianza en sus conocimientos es, simplemente, un vanidoso. Lo que está en la esencia de las cosas es el ser acosado por mil temores, porque deja de ser guiado para ser guía; de ser auxiliado para ser apoyo. Se abandona la adolescencia para ser adulto y el ser estudiante para ser profesional.
Las características que el nuevo estado anímico plantea se manifiestan así:
Deseo de recogerlo todo y regresar al pasado donde los torturantes exámenes, parecerán un juego ante el terror de un interrogatorio de testigos, o el silencio mortal del teléfono que demuestra, que no hay cliente que llame.
El vendedor de periódicos del quiosco de la esquina les hará sentirse como un analfabeta al hablarles de los intrincados e incomprensibles problemas que lo acosen y pedirles consejo y solución.
El sentimiento de que no existe correlación alguna entre lo que se aprendió en las aulas y la realidad circundante. Los planteamientos de los profesores serán solo casos de laboratorio desvinculados de las complicadas situaciones reales.
Estas realidades se conjugan con el hecho de que, abogados en Venezuela somos más de lo necesario, por lo cual, si se excluye de la población censal a quienes carecen de recursos para pagar la más modesta consulta, el número de clientes potenciales per cápitaes exiguo. La actividad profesional ha de realizarse en situaciones competitivas de tal naturaleza que sólo en virtud de la Ley darwiniana de la sobrevivencia de los mejores, un reducido grupo podrá sobrevivir.
Conocer todo lo indicado en nada mitiga los efectos del síndrome  del recién graduado. +Google+

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